JUAN VERDAGUER
Se fue el mejor. El señor del humor. Maestro sin alumnos. Cuando la bobería de mal gusto, la impudicia y la impunidad reinaban, él, Juan Verdaguer, daba clases de Humor. Cuando cualquier insolente sin más virtud que el descaro agarraba un micrófono para vender basura, él Juan Verdaguer, seguía dando clases de Humor. Cuando los papanatas buscadores de carcajadas fáciles se auto proclaman humoristas, él, Juan Verdaguer, mantiene su fineza, su dignidad profesional, su elegante señorío. Era uruguayo, de San José. Se inició tocando el violín sobre una escalera, y eso ya dice mucho. No fue un humorista de multitudes, porque el humor no lo es. Su terreno preferido era el café concert. Lo conocí en Buenos Aires una noche que se acercó al camarín de Alfredo Zitarrosa para saludarlo, y luego tuve la fortuna de compartir una cena inolvidable con él y el gran catalán Eugenio. Con algo de Groucho Marx y de Bob Hoope, de Gila talvez, con su voz cascada y socarrona, con una risita breve y traviesa, con un envidiable manejo de los tiempos, con su personal estilo, con su esmerada selección de cuentos y reflexiones, con su respeto por el público, Juan Verdaguer era, lejos, el mejor. Adiós, señor.
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