"La bandeja"

Setiembre es el mes nueve y eso dice mucho porque a los nueve meses el año da a luz la primavera. Lo conocí con una “pe”, cuando era septiembre, como psicólogo. Esa “p” me gusta. Se lo dije a mi analista y me preguntó si mis hermanitos me pisaban el autito de juguete y yo le dije que nunca había tenido un autito y él me dijo, “!Con razón!”. Salí de la sesión y me fui al bar y restaurante de la esquina y pedí un cortado. El mozo me miró, y con la bandeja debajo del brazo se sentó en mi mesa y me contó su vida. No toda su vida. Nadie puede, nadie sabe ni quiere contar toda su vida. La bandeja le molestaba los ademanes pero no la soltaba. A mi también me molestaba por los reflejos. Me recordó que cuando era niño fastidiaba a una vecina con un espejito donde rebotaban los rayos del sol. Seguro que quería llamarle la atención. ¿Qué habrá sido de su vida?. En algún momento, el mozo quedó en una posición que me permitía ver reflejado mi rostro, distorsionado pero reconocible. Me vino a la memoria aquello de “como cabeza en bandeja de plata” que solían usar algunos políticos. El mozo me confesó que la mujer lo engañaba con un amigo. Me costó sacar una servilletas de papel de esas malditas latas que hay sobre las mesas de los bares, donde se trancan o se esconden y no hay manera de atraparles una orilla, hasta que logré arrancar algunas y se secó unas lágrimas pobres, asomadas sin ganas. Se mejoró un poco cuando reconoció que en realidad la mujer no lo estaba engañando porque nunca le había dicho que no salía con el amigo. Me sigue hablando de una cuñada que lo acosa sexualmente o algo así, pero ya no lo escucho porque estoy entretenido en verme en la bandeja. Por algún extraño efecto de luz mi cabeza se ve nítida y hasta se diría que adquiere volumen. Alguien lo llama y el mozo se va sin saludarme. Ahora sale de la cocina con la bandeja humeante y sirve a una señora. La señora toma un trocito de pan, me lo moja en un ojo, me clava el tenedor en la frente y se dispone a cenar.