"Las sagradas escrituras del melón".
A mi me hubiese gustado estudiar botánica porque entonces sabría por qué el jazmín tiene ese perfume y no otro. Y por qué todos los años por la misma fecha se meten en baldes y canastos y se suben a las veredas, o saludan desde los jardines con su blancura inmaculada y fugaz, con fecha de vencimiento a la brevedad ya que rápidamente se van poniendo amarillos, y entonces el perfume también se pone triste, y yo con él. Yo antes creía que todo el mundo sabía por qué los jazmines tienen ese perfume y las rosas otro, y los claveles otro y así todas las flores que tienen perfume, como ser el malvón que prefiere resguardarse en los patios de baldosa en macetas de lata, o contra los cercos, el malvón, ese proletario entre tanta flor pituca. Después me enteré de que casi nadie sabe por qué los rosales tienen espinas y las hortensias no, y por qué las violetas se ocultan bajo las hojas, y dónde se esconde la dama de noche para inquietarme con ese perfume sin duda femenino, seductor. Si hubiera estudiado, tal vez sabría por qué a ese arbusto que se usa contra los tejidos para que el vecino no nos vea, se le llama “transparente”. Si hubiera estudiado sabría por qué el ají morrón colorado de repente se pone tan caro, y por qué más caro que el verde. Y sabría quién cobra los derechos de autor de lo que el melón trae escrito, y qué dice, en qué idioma, y quién podría traducirlo. Sabría si todos los melones escritos dicen lo mismo, o si son como las huellas digitales, es decir que cada melón tiene, en su particular escritura, su propia identidad. ¿No habrá en la cáscara de cada melón un mensaje, una historia, una explicación del misterio que nos rodea?. Porque de repente nos estamos rompiendo el coco (otro que habría que estudiar), nos devanamos los sesos en investigar, y la cosa está ahí, en la naturaleza, en la semilla del zapallo, en la chaucha del poroto, en el poroto. En el poroto no creo porque no viene escrito, pero en el melón sí, creo. En algo hay que creer.
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