Crítica de cine:
Una de suspenso
Hemos visto la película "Hoy un juramento mañana una traición", cuyo título debidamente traducido al español debió ser "El cable". El argumento se basa en el viejo tema sobre los amores no correspondidos, sin alcanzar los niveles de la recordada "Decile que no estoy", ni de aquella joyita que fue "No tiren piedras, no tiren". En este caso el guionista nos ofrece un producto de ciencia - ficción, donde un robot que cumple las tareas de sereno en un museo de El Cairo, se rebela contra la obediencia debida y se enamora de una momia egipcia. Ella, que apenas asoma sus oscuras ojeras por entre las tiras de un vendaje casi crocante, no da muestras de interés ni parece dispuesta a cambiar de posición. Esa indiferencia al robot lo pone mal, y en su afán de llamarle la atención le lustra el sarcófago y le dibuja pirámides en las paredes, situación de descuido que es aprovechada por un espía finlandés que se hace pasar por un millonario petrolero de la localidad de El Tala. En un cuestionable alarde de síntesis, el director se ahorra varias escenas y vemos una sofisticada sala de control (no se sabe control de qué), y una mano enguantada que coloca una bomba de tiempo a la que le faltan pocos minutos para estallar. Ya no importa quién la puso, sino quien la desactiva, y para ello llaman a un especialista que está en Las Vegas, borracho y jugando con una rubia que se merecía estar en otra película. El especialista es trasladado al El Cairo en un helicóptero, en tanto los segundos se ven correr en el reloj de la bomba. Llega, y al estudiarla se encuentra con el terrible dilema: ¿Para desactivarla qué cable corta?. ¿El azul o el rojo?. Si se equivoca explota todo. Duda. Pasan los segundos. Se resuelve por el rojo. Le tiembla la mano. Cambia de parecer. Acerca la pinza al azul. Se seca el sudor de la frente. Corren los segundos. ¿Cuál cortará¿. ¿El azul o el rojo?. Cada espectador en su butaca hace su apuesta. Algunos murmuran, "El rojo, el rojo". Otros, casi en un rezo, "El azul, el azul". Corren las agujas. Quedan cinco segundos. El especialista recuerda su infancia, su matrimonio, su primer hijo. Faltan cuatro segundos. Tres. ¿Corta el cable azul o el rojo?. Faltan dos segundos. El robot se acerca, le pega un empellón al especialista y lo tira lejos. Falta un segundo. ¿El rojo o el azul?. El robot no duda. Corta uno amarillo y explota todo. El robot, pensando en su amor imposible, se desintegra con una sonrisa triste. Allá en el museo, la momia egipcia se sienta en el sarcófago. De las milenarias cavidades de sus ojos, brota una lágrima. Como vemos, un tema trillado y un guionista que deja varios cabos sueltos para que el espectador inteligente pueda sacar sus propias deducciones. Lamentable la actitud del acomodador que con el pretexto de que la sala era chica sentaba de a dos en cada butaca. Esperemos que no se haga costumbre.
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