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 Esas cosas de Juceca

  "UN EXTRAÑO DESENCUENTRO"


Recién había pedido el café al mozo, cuando a mis espaldas escuché voces y ese arrastre de sillas que me fastidia tanto. ¿Qué cuesta levantar levemente la silla y colocarla más acá, o más allá, sin arrastrarla?. No cuesta nada, pero hay personas silenciosas y personas ruidosas, nerviosas, alteradas. La gente no anda bien.
Estaba poniendo azúcar en mi pocillo, y pensaba en aquellos paquetitos que venían de a tres terrones, o de a dos, azúcar Lito, que uno los colocaba en la cucharita y los iba dejando mojar por el café, ponerse marrones hasta irse disolviendo. Si era en un cortado, ella los colocaba suavemente, con aquellos dedos finos sobre la espumita, y los dejaba que se fueran a pique, lentamente, por su propio peso. Los miraba con algo de tristeza. Nunca le dije nada, pero no entendía por qué miraba así los terrones de azúcar que se hundían para siempre en el vaso. Pensaba en eso, en el azúcar y en sus ojos, cuando escuché en la mesa de atrás la voz de un hombre: “No sé qué decirte, lo tenía todo pensado y ahora no sé qué decirte”. Estuve a punto de cambiarme de mesa porque me da no sé qué estar escuchando conversaciones ajenas, intimidades que ni me van ni me vienen. Por otra parte, difícilmente uno logre escuchar algo nuevo, interesante, original. Los problemas y las conversaciones que ellos originan, son siempre los mismos: amores, odios, celos, dinero, desencuentros, y pare de contar. Estuve a punto de cambiarme, pero no era justo perderme el ventanal con buena luz, que da sobre la parada de ómnibus. A veces me entretengo en adivinar qué número va a tomar la gente que está esperando allí, bajo ese refugio inhóspito. No es difícil de acertar porque de acuerdo a la pinta uno lo saca. Cada línea tiene su destino, y cada pasajero usa la línea que le corresponde al suyo. Se le ve en la pilcha, en la cara se le nota, en el bolso. No es que lo haga siempre, eso de observar a los que esperan el ómnibus, y la prueba está que esta vez me senté a tomar un café y a leer esta carta que desde hace horas cargo en un bolsillo, sin abrir. “Yo no creí que fueras a venir, me hubiera jugado la cabeza a que no venías”. La voz del hombre ahora fue más suave, y creo oír, como en un susurro opacado por el motor de un camión que pasa, la voz de ella que dice: “Necesitaba verte”. Miro hacia afuera, el sol, los árboles que dejan caer sus hojas con desgano, esa gente. Desde el cordón de la vereda una mujer le hace señas al ómnibus que se aproxima. Estira, horizontal, el brazo en que cuelga su cartera. A gran velocidad un ciclista pasa y se la lleva, se para en los pedales, gambetea y se pierde en el tránsito, y la mujer corre por entre los autos gritando policía, y algunos comentan qué barbaridad hay que tener un cuidado le garanto, y suben al ómnibus que parte, y algunos mirones sin nada que mirar siguen a sus cosas, y regresa la calma a la parada. “Sí – escucho decir -, creo que fue por miedo”. “Debimos haberlo hablado en su momento”. “Lo hablamos ahora”, “Te escribí. Ahora no vale la pena”. “Podríamos intentarlo”. “Vos sabes que no, que ya es tarde”. Pido otro café y el mozo me comenta que a su mujer hace pocos días también, al salir de una tienda le arrebataron el bolso con el monedero y diga que tenía poca plata pero lo peor son los documentos. Para evitar que me ponga otro ejemplo de la inseguridad que reina en nuestras calles, saco el sobre del bolsillo, y al desatenderlo, el mozo se retira. Lo estoy por abrir cuando vuelve la voz del hombre “¿Entonces para qué viniste?”. “Para decirte en la cara que sos una porquería”. Escucho que se arrastra ruidosamente una silla, el estampido de un balazo que me hace saltar y tropezar con la mesa y correr hacia la puerta, pero simplemente camino, normalmente. A punto de salir escucho la voz del mozo: ”Perdón señor, son dos café”. Si, claro, disculpe, sírvase. “¿Se siente bien?” Perfectamente. En la única mesa ocupada, un tipo toma un refresco y mira un partido de fútbol en el televisor sin audio. Ya en la calle apuro el paso. Al pasar junto a una papelera tiro la carta sin leer. En la próxima tiraré el revolver.

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