"No podemos perder"
Yo, debo confesarlo, no soy un buen hincha de fútbol. Quizá por no haberlo practicado, pues desde niño me resistí a ir a quitarle algo a otro niño si el otro estaba entretenido con ese algo. Podía ser un camioncito de juguete, un cascarudo torito, una honda para romper faroles o simplemente un triciclo. El triciclo me daba ganas de quitárselo, porque todo niño con triciclo me resultaba medio asquerosito. Para jugar al fútbol, entonces, tenía que quitarle la pelota al otro y no dejar que se apoderar nunca más de ella, y que ni siquiera lograra tocarla. Tenía que evitar que el otro jugara, cosa que me parecía de un excesivo egoísmo. Pongamos por caso que el otro viene eludiendo, gambeteando, pasando contrarios, haciendo moñitas de todos los colores, dejando el tendal en dirección al arco, cómo va a ser uno tal alma podrida de ir y detenerlo, de quitarle la pelota, de convertirse en un obstáculo, de intentar frustrar semejante esfuerzo, de anular y echar por tierra tanto valor, tanto empeño, tanto virtuosismo. Yo lo dejo que siga de largo y lo saludo a la pasada. Sé muy bien que otro, en mi lugar, lo agarra de la camiseta, lo levanta en la pata, lo tala, lo pisa y le asegura un viaje en el carrito de los lamentos. A mí no me da. Debe ser por eso que no soy un buen hincha de fútbol. No obstante, cuando llega un mundial hay algo que se enciende en mí, una chispa, un fogonazo, una llamarada. Entonces, iluminado, creo y afirmo que con Carini en el arco, y adelante Abreu, Darío Silva y el Chino Recova si por fin se resuelve, y con un Víctor Púa que por una vez se deje de hacer zapping con los jugadores, le podemos ganar a cualquiera. Es verdad que no hay enemigo chico, por lo tanto tampoco nosotros lo somos. Ya lo vamos a ver, si es que lo vemos. Creo firmemente que no nos pueden ganar. Es necesario, claro está, que los demás equipos participantes pongan algo de su parte, porque si se resisten a perder, si no nos dejan jugar, y arriba se les antoja ganarnos, bueno, en ese caso, qué querés que te diga. Todo se reduce a eso, a que nos dejen jugar, porque al final de cuentas, una cosa es una pelota y otra cosa es un triciclo.
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