AYUDANDO A LA SABIA NATURALEZA
Hay momentos en los que hay que parar, me decía mi amigo Juan Pérez el menor, porque según él no se puede estar atento a todo y analizando y sacando conclusiones de todo, todo el tiempo, dice Juan Pérez mi amigo. Juan Pérez se ve ametrallado por la información que le llueve a toda hora y no da abasto. Y tiene razón, porque no se puede seguir la pista del señor presidente y sus declaraciones, y al mismo tiempo la por momentos deslumbrante situación política argentina, o las noticias sobre la infatigable búsqueda de armas de destrucción masiva en Irak, o de donde demonios sea que esté pasando lo que esté pasando. Y el domingo, con buen sol, mi amigo Juan Pérez salió a caminar por la Rambla, a oxigenarse. Salió solo, porque según él de vez en cuando hay que andar solo para luego poder apreciar la compañía y tener a quien contarle lo que solo se vio. Y tiene la buena costumbre de mirar a la gente y sus manías, y gusta subir a las canteras del Parque Rodó para ver cómo se tiran los niños sentados en un cartón, que cada cual se divierte como puede y con lo que tiene. No es que Juan se esté fijando todo el tiempo en todo, cosa por demás imposible porque todo siempre es mucho y Juan no es de esos, pero la rambla le trae un agridulce recuerdo a causa de un hecho que protagonizó en pleno verano pasado. Mi amigo Juan Pérez iba por la Rambla a la altura del mar, y vio una hormiga. En realidad fue ella la involuntaria protagonista. Dentro de su especie digamos que era una hormiga regular. Mediodía de enero, con el sol parado allá arriba, ligera y descalza la hormiga por la Rambla caliente. Juan portaba en su cintura una lupa que había sido de su padre, quien también gustaba ver bichitos menudos lo más cerca posible, o telas de araña que llamaban su atención y provocaban exclamaciones de asombro por su fino trabajo de ingeniería entre cuatro ramas, esos delicados cables huecos que sostienen la trampa y resulta que, al ver a la hormiga cruzar lo más rápido que le era posible para no quemarse las patitas, y viendo Juan la inconsciente velocidad con que conducían los automovilistas por la Rambla, a riesgo de su propia vida puso delante de la hormiga una ramita, y ella se trepó, y así la llevó hasta la sombra de un coronilla del Parque, y la observó con la lupa, y la vio aumentada, grande y sana, y comprobó que caminaba normal y la dejó dirigir sus pasos hacia la zona de pleno sol, y la siguió mirando con la lupa, y fue un instante, no más, en que se quedó quietita, y el rayo de sol pasó por la lupa y la achicharró. Le dolió, a Juan, pero de cualquier manera, le pareció una muerte mucho más noble, allí, entre los pastitos, que aplastada por un BMW descapotable.
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