Crítica de cine: "Fruncir el ceño"
En realidad, debidamente traducido al castellano, el título debió ser "No tiene como perderse", pero sabido es que el nombre no hace a la cosa. El film se desarrolla en la edad media, es decir entre los 25 y 30 años de los protagonista, y trata sobre dos vidas paralelas que al final violan la leyes de la geometría y se juntan. Por un lado, una cantante de opera se pelea con el director por culpa de un falsete, y abandona el arte lírico para dedicarse al curanderismo en la selva amazónica, donde traba relación con el brujo de los goyeneches, tribu que se encuentra en extinción desde el momento en que comienzan a registrarse más muertes que nacimientos debido a una tendencia. Por otro lado, la caída en plena selva de una avioneta conducida por una condesa austríaca, en una secuencia que nos recuerda, sospechosamente, "Aguilas de acero", complica la relación de la cantante con el brujo, el que se ve obligado a confesar su verdadera personalidad de espía turco infiltrado entre los goyeneches para robar el secreto de una droga moderadora, que permite escuchar los discursos del jefe de la tribu sin tentarse. La cantante abandona entonces al brujo y se va a vivir a los restos de la avioneta con la condesa, la que luego de escabrosas situaciones donde se manifiesta un evidente alegato a favor del libre albedrío sexual, se descubre que la austríaca es en realidad un mafioso ruso, que sobrevolaba la zona tratando de ubicar un tanque de la Segunda Guerra Mundial, donde se encuentra un cargamento de diamantes en bruto. Como era previsible, por el amor renuncian a los diamantes y con la ayuda de un mono la pareja repara la avioneta por medio de lianas y hojas de palmera, y se dirigen a Las Vegas. Entonces aparece el espía turco y al tratar de sacarle información sobre el tanque, mata a la condesa, crimen del que acusan al mono que, reafirmando las virtudes que ya deslizara al reparar la avioneta, trabaja de pagador en el casino de la ciudad del vicio. Una vuelta de tuerca final, que nos reservamos, justifica en parte una película menor que no obstante puede entretener a los amantes del género. Detestable la actitud del acomodador, quien al conducir al espectador con la linterna, lo amenazaba con contarle el final si no le daba propina. Esperemos que no se haga costumbre.
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